Eva fue "la otra"


Si la primera mujer fue hecha de polvo, debió, entonces, ser un semejante a Adán; en cambio, si los materiales que se utilizaron fueron “inmundicia y sedimento” o “una costilla”, la cosa cambia. La controversia en torno al primer concubinato conocido de la humanidad, revela un conflicto en relación al poder que marcaría la historia. ¿Qué pasaría si llega Dios un día, con una foto en sepia de una tal Lilith, y nos dice: “hijos, olviden a Eva; he aquí a su verdadera madre”?

“...¿Quién fue la primera mujer
que independiente en su forma de ser
no se dejó gobernar?”
“Lilith”, del cantautor Pedro Guerra


Hay cosas en el Génesis que no cuadran. Una contradicción advierte interpretaciones diversas, entre ellas la de Lilith, que, según consta en la literatura hebrea, fue la mujer que precedió a Eva en el Edén y luego fue expulsada por razones estrictamente carnales de que daremos cuenta luego.

Génesis I:27: "Y Elohim creó a Adán en Su imagen, en la imagen de Dios Él lo creó; hombre y mujer los creó", mientras que en el capítulo segundo, versículos 18-22, se entiende: "Y Yahvé dijo, 'No es bueno para Adán estar solo. Haré un ayudante para él.'...Y Yahvé convirtió una costilla que había tomado del hombre en una mujer para él". La Iglesia ha manifestado que el desfase se debe a que ambos capítulos provienen de fuentes distintas: la primera data del año 700 A.C. y pertenece a narraciones hebreas, mientras que la segunda, más reciente, responde a una historia sumeria. La interpretación cabalística de esto es que se trata de dos mujeres distintas: Lilith la una y Eva la otra, famosa ésta por la manzana. Incluso muchos interpretaron que Adán fue andrógino (como representación carnal del ser humano: “hombre y mujer los creó”) y que luego Dios separó de él a la mujer, no siendo otra que Lilith.

Adán, según escribió Mark Twain (“El diario de Adán y Eva”. Buenos Aires, 1999), consideraba a Eva una muchacha rara, “todo le asombra”, y recordaba con inusual fulgor la vez que quiso domesticar a un brontosaurio. “Esta nueva criatura (la cursiva es mía, para reparar en el adjetivo), de cabellos largos, es bastante molesta. La encuentro por todas partes y me sigue siempre. Detesto que haga eso. (...) Quiero echarla del Jardín del Edén. (...) Mi existencia ya no es tan feliz como lo era en el pasado”. Esta última frase es una seña para inducir que no era precisamente todo un lecho de rosas entre estos inquilinos del Paraíso. Adán, aún resignándose a amar a Eva al cabo de unos días, hacía notar su melancolía por esos tiempos idos.

Lilith era de genio recio y duro. No aguantaba pulgas. Así la pinta la bibliografía medieval que se encargó de enaltecerla y mitificarla. La condición del origen estaba develada por esa característica que luego la Biblia olvida (o el Clero borra, en todo caso): la igualdad de género. Pues que Eva –la otra- fue hecha de la costilla de Adán, no hay duda (a excepción de Adán, claro, que escrutando su anatomía acusaba estar completito y sin ninguna costilla de menos, según Twain). Pero Lilith, en cambio, nació del mismo modo que su compañero, aunque no está claro si también se usó para crearla polvo puro o sedimento e inmundicia, como refiere el mitólogo Robert Graves (“Los mitos hebreos”. Alianza Editorial. Madrid, 1986.). Eso, de algún modo, la dotó de tal carácter, que junto con el tema del polvo puro, valga la vulgar metáfora, impidieron una relación duradera. Todo estaba de su lado, pero no contaban con la astucia de que cuando las hormonas arrecian, no hay paliativo que valga (recordemos que Onán no había nacido aún). Y allí empezó el drama, porque con aquello de la igualdad, ni siquiera en la cama Lilith entraba en vainas.

Era cuestión de acomodarse

Todo fue por culpa de la pose sexual. Lilith no creía en eso de que tanto gozan los de arriba como lo abajo del placer carnal. Ella prefería la cuestión igualitaria de la que hablan en las conferencias feministas Y así, le exigió a Adán ser ella quien, desde arriba, domine las riendas de la relación sexual. Estar siempre debajo le parecía una postura ofensiva: “¿Por qué he de recostarme debajo de ti? – preguntaba- Yo también fui hecha de polvo y, por consiguiente, soy tu igual” (Graves, ídem.). El macho, premunido de todas las prerrogativas que constan en el Génesis, se rehusó a tal petición y consideró que ello era causal de divorcio. Ni más ni menos. La acusó entonces con Elohím -alias de Dios- y éste le valió el “hábeas corpus” que interpuso harto de esos líos amatorios. Adán empezó a extrañarla, según cuentan los textos, pero la suerte estaba echada (como nunca quiso estar Lilith cuando hacían el amor).

No obstante, Lilith era mujer astuta -valga el pleonasmo- y regresó hecha una serpiente, tal como consta en uno de los frescos de la Creación en la Capilla Sixtina, a tentar a Eva, seguramente en venganza. Arrastrándose cerca de las ramas del árbol prohibido, la convenció de comer fruta -“porque no engorda”, quizá le dijo-. Luego de morder la manzana, Adán pidió de inmediato a su mujer que se ponga más hojas en el cuerpo para evitar “ese penoso espectáculo de desnudez” (Twain, p. 98. ídem.). Allí se pudrió todo, manzana incluida. La prueba del delito la da Miguel Angel Buonarotti, que tuvo acceso a los Evangelios oficiales (no a los “corregidos y aumentados” que se leen en la Misa) y recreó la escena pintando a Lilith mitad fémina mitad reptante, para beneplácito del Sumo Pontífice que lo contrató para ilustrar la historia divina en el techo de su casa.

En Isaías 34:14, en la mismísima Biblia, hay también huella de su existencia. Allí se lee cómo Dios mata a todos los habitantes de Edom, lugar poblado por enemigos acérrimos de los judíos, quedando como dueños de ese predio las bestias: Buitres, serpientes y, ¡evohe!, Lilith: “También allí Lilith descansará y hallará para sí lugar de reposo”. Desde luego, se ha evitado toda referencia a esta mujer como figura precedente de Eva, traduciendo, antojadizamente su nombre por el de “lechuza” o “búho chirriante” (¡qué ganas la de animalizar a este personaje ilustre!).

De Reina del Mediodía a Reina de los Súcubos


Lilith fue más de lo que Adán imaginó. No dispuesta a la sumisión, incluso, sedujo al mismísimo Dios para salir del Paraíso, consiguiendo que éste le revele su nombre. Tal y como narra el mito, cualquier ser, al pronunciarlo, sería ipso facto expulsado. Elohím sucumbió a sus formas femeninas y, entonces, pasó lo obvio. Adán ante esto, le reclamó a su Padre pidiendo justicia (o venganza, que para este caso es lo mismo). Dios envió enseguida tres ángeles a buscarla, pero ella se negó rotundamente al escuchar de ellos, que al volver, Dios le había preparado una penitencia: cuidar a todos los bebés recién nacidos. Ante eso de cambiar pañales y noches en vela, muchos mitos coinciden en que la indómita mujer prefirió sentar residencia en las cuevas del Mar Rojo, donde hasta hoy habita haciéndose amante de cuanto demonio aparezca por aquellos lares y procreando con ellos muchos “lilim” (demonios bebés). Dios siempre tiene la última palabra, y ante el lloriqueo de Adán, le dijo a la condenada: “pues está bien, quédate si así quieres, pero perderás un centenar de tus demonios a diario”. En cuanto al hijo insatisfecho, Papá prometió crearle, ahora así, un buen partido. Y así nació la Eva que todos conocemos.

Antes de aprender a usar la lavadora, Lilith prefirió la independencia. Y el precio que pagó fue ser bautizada la “Reina de los Súcubos”, demonios femeninos. Desde entonces la historia la ha tornado en monstruos presentes en la mitología clásica (Lamia, diosa de la brujería; las harpías y las estriges, también macabras visitantes nocturnas; las harpías, ayudantes de las erinias o furias; las moiras o parcas, las grayas y las gorgonas, siniestras ancianas habitantes de los infiernos; incluso en Fausto, de Goethe, Lilith es mencionada). Hasta corrieron voces –o por qué no, susurros eclesiales- acusándola de perversa ninfómana, que seduce a los hombres con maestría para estrangularlos después.

Lilith, casi heroína de la femineidad universal devino, de pronto –y por obra y gracia de algún Espíritu Santo- en la personificación de la maldad. Y todo porque era, seguramente, revolucionaria y comunista, perseguidora de una igualdad que ni en el Paraíso se toleraba.
Fue la primera mujer, lejos de cualquier interpretación antojadiza. ¿Y qué tal si hubiera sido ella y no Eva la madre de la humanidad? Flora Tristán hubiera pagado por ver. La historia oficial aparta a Lilith de sus páginas y lo más probable es que todo sea fruto –prohibido- de la envidia. Tremenda personalidad, tuvo la pobre, con pecado concebida. ¡Hijos, he aquí a su verdadera madre!