PELÍCULA / La Terminal


*** Al ver esta película, que de paso recomiendo mucho (a pesar de sus varios defectos), recordé una de mis primeras anécdotas de cuando viví en el extranjero, que luego redacté para un proyecto de novela epistolar que algún día mi gran amigo Sergio y yo acabaremos:

"Me ocurrió una cosa curiosa anteayer que fui por vez primera a la Biblioteca –Media Center, que le dicen-. Resulta que entré con cara de ir por primera vez a la Biblioteca (sic.), pero parece que fue una cara muy evidente porque de inmediato salió a mi encuentro Ms. Rush (la biblotecaria)–que le hacía honor a su apellido (chiste canadiense) -. Me preguntó si podía ayudarme en algo y yo le dije que era nuevo. ¡Duh! (la expresión la copié de Claudia Linares, cuando trabajamos en la Copa América), era obvio, pero qué más da. Luego de explicarme en 5 minutos, con una rapidez que me impidió entender la mitad de lo que decía, los medios y canales con los que contaba el dichoso y sofisticado lugar para encontrar cualquier tipo de información me dijo, como para probar la eficacia de sus métodos, say anything y yo, que en otras circunstancias hubiera dicho “anything” para caer simpático y qué huevas tristes que soy, le dije, pues, qué más, el nombre de nuestro amado país. Le Perou, repitió en francés. ¿Eres tú de allí? “En efecto,” asentí con el British accent que tanto me critica Mariana. Follow me, exclamó y yo la seguí hasta su oficina. Una vez dentro me invitó a tomar asiento y por sendos minutos me empezó a escrutar con detenimiento mientras buscaba no sé qué en su cajón del escritorio. Mis nervios empezaron a hacer mella de mi conocida ecuanimidad y rojo, muy rojo, casi tanto como cuando entregué por escrito mi primera declaración de amor, le dije a modo de confesión que si había algún problema, que era peruano, sí, pero que todos mis papeles estaban en regla. Ms. Rush volteó hacia mí en el acto y trazó una sonrisa exagerada y luego se acercó más y me plantó un beso en la frente. No, no –dijo sonriente- no hay problema, sólo quería decirte que de tu país he probado the most wonderful dessert known. Yo suspiré de tranquilidad, y me empecé a desesperar junto con ella mientras trataba de hacer memoria y acordarse del nombre del dichoso dulce. Yo le soltaba nombres que variaban desde “Arroz con leche” hasta “Picarones” y como no surgía nada tuve que probar con la gama de la culinaria popular y le dije “Aeropuerto”, “Siete Sabores”, etcétera, y no te rías porque si hasta CD’s de Melcochita encuentra uno en la tienda Virgin Records, y aunque ya sé que no son postres, al turista todo le parece postre y yo me entiendo, no importa. Como si estuviera pariendo un hijo, Ms. Rush se afanaba en botar el nombre del -ahora maldito- dulce. Por fin tuvo que hacer una cesárea intelectual y gritar Turrone! Turrone! Turrone de Doña Pepa! Con una felicidad digna de quien ganó el premio mayor de la lotería. En fin, ya hice arreglos para que mi abuela, que viene en unos meses le traiga a la querida bibliotecaria un pedazo de nuestro –ahora lo digo- afamado producto de octubre morado.”
(“Carta 2”, Julio de 1997).

1 comentarios:

Julio César Mateus dijo...

Fe de ratas: Corresponde a ese craso error, unas disculpas públicas y una corrección inmediata, al mejor estilo de mi digno maestro Juan Paredes.
Muchos saludos por aquellos sitios, estimada ex compañera.